HOMILIA 3 DE SEPTIEMBRE DE 2020

Escrito el 03/09/2020


TOMA DE POSESION DE LA ARQUIDIOCESIS METROPOLITANA DE SANTIAGO DE GUATEMALA

Excelentísimo..
Hermanos obispos y sacerdotes
Queridas hermanas y hermanos presentes, radio oyentes y televidentes.
        Por tercera vez en este siglo un arzobispo toma posesión canónica de esta ya antigua arquidiócesis de Santiago de Guatemala y lo hace en estos tiempos de pandemia en esta venerable catedral metropolitana, testigo de tantos acontecimientos civiles y eclesiales, populares y cívicos en sus doscientos años de existencia.

Texto en kakchiquel:
A los hermanos kakchiqueles de esta arquidiócesis y de las tierras en que he vivido en los últimos trece años: un saludo de paz en su hermoso idioma, guardián de cultura milenaria y lengua transmitida de generación en generación.

Jun rutz’il iwäch, wach´alal´, aj kakchiquelá,
ri aj chiré chuq´a, akuchi, xi k’ojé, oxlajuj juná;
ti chaj´ij ri ich´abäl, jun nimaläj sipanik ik’ulun.

A los hermanos de las otras comunidades lingüísticas del país, mi saludo torpe pero lleno de cariño y admiración por tantas familias y personas indígenas mayas de las que me siento amigo y que me aprecian como amigo.

Chuq´a jun rutz´il kiwäch, jalaj´oj´ chabäl,
ri ek´o chupan qatinamit Iximulef,
j´anilá yixin-wajó, chuqa matiox, ri, iwajowab´el wik´ín.

En la primera lectura proclamada hoy, San Pablo se dirige a los corintios. Escribe en tiempos de dificultad, a una iglesia pequeña y naciente pero ya con problemas en su interior. El pasaje empieza diciéndonos Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Hoy para nosotros esta proclamación es una bendición que nace en nuestros corazones. ¡Bendito sea Dios! ¡bendito sea Dios! ¡bendito sea Dios! En esas tres palabras reafirmamos nuestra fe y reconocemos a nuestro Creador. A El, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, el que es y el que era y el que siempre será. Nuestra fe en Dios se encarna en Jesús, rostro viviente del Padre y enviado suyo en la carne de la humanidad.

Dios se nos muestra como Padre lleno de misericordia, algo que con fe proclamamos en todo tiempo y que, en estos días de calamidad, reafirmamos con humildad y con certeza. Dios que siempre consuela. ¡Y cuanto consuelo no necesitamos en estos tiempos! Consuelo como país y como Iglesia, consuelo en las familias y en los sacerdotes, consuelo entre los más vulnerables de nuestra sociedad, consuelo a los enfermos y ánimo, mucho ánimo y fortaleza a los trabajadores de la salud, a médicos, enfermeras y personal sanitario, consuelo de Dios en que El se quiere valer de nosotros, ustedes y yo, para consolar.

El apóstol dice que Dios nos conforta en nuestras penas para que podamos confortar con su fuerza a los que se encuentran afligidos. Hace 37 años, cuando recibí la ordenación presbiteral, quise escoger este texto de San Pablo porque me parecía entonces joven, que resumía el compromiso apostólico y sacerdotal: recibimos para dar, somos consolados para consolar y desde nuestra debilidad humana confortamos con la fuerza de Dios. Ahora, comenzada ya la vejez, esa fuerza de Dios que experimentó Pablo la siento presente para animar y consolar, para guiar y para interceder, para escuchar y para hacerme padre y pastor aunque a la vez hermano que quiere servir a Dios en primer lugar y de manera muy concreta a todos los santos, en el sentido neotestamentario, que son los bautizados miembros de la Iglesia.

El papa Francisco nos alienta con palabras y con gestos; desde una opción, como la de Jesús, por los últimos y desheredados, para comunicar el evangelio con alegría, para ser más misericordiosos que jueces implacables en los temas de familia, para reconocer los muchos rostros diversos en nuestro planeta y saber que todos estamos llamados a compartir la dignidad humana desde nuestra común humanidad.

El evangelio hoy proclamado nos muestra a Jesús, subiéndose a una barca para dirigirse desde el lago a la multitud. Después indica que remen mar adentro y que echen las redes. Pedro le dice que habían pasado la noche pescando y no habían conseguido nada pero que, confiado en su palabra, echaría las redes. Sabemos que se llenaron. Pedro entonces se reconoce pecador y le dice a Jesús que se aparte de él. El Señor Jesús, a pesar de saberle pecador le confía la misión y él, dejándolo todo, le siguió. 3

La barca ha sido entendida como imagen de la Iglesia. En otro pasaje paralelo la barca se hundía y los apóstoles se llenaban de miedo; en éste venían de cosechar fracasos y quedarse con las manos vacías. En ambos casos la ausencia de Jesús dejaba angustia y frustración.

La Iglesia no es primariamente una ONG para arreglar problemas aunque pueda servirse de alguna para hacer actividades buscando el bien común. No es tampoco una colección de tradiciones venerables cuya supervivencia determine el futuro de la Iglesia. Ni siquiera es una fuente de poder o prestigio o una reserva moral. Lo fundamental en la identidad de la Iglesia es el anuncio de la buena noticia de Jesús, el saberse testigo del Señor en el mundo en medio de experiencias de pecado y de cortedad, de escándalo y de limitación.

La barca de Pedro nos remite a un pecador llamado a seguir a Jesús, enviado como piloto de la nave para que tengamos en el puerto de llegada, más allá de este mundo, el sentido último de nuestra existencia. En medio nos queda la travesía, como la del desierto o la de cruzar el mar, con peligros de perdernos, de errar el rumbo, de caer en tentaciones de mundanidad espiritual como le gusta decir al papa Francisco.

Al comenzar hoy mi misión como arzobispo quiero subrayar cuatro palabras: cercanía, misión, comunidad, los pobres.

Es contradictorio que en este tiempo de obligado distanciamiento quiera insistir en la cercanía. Cercanía con sacerdotes y religiosas, cercanía con parroquias y laicos. Cercanía en gestos y escuchas. Cercanía en dedicar lo mejor de mi tiempo a esa cercanía y a ese acompañamiento. Es cercanía del corazón, es preocuparme por atender situaciones personales delicadas, por animar a desanimados, por fortalecer a desalentados. Es propósito firme y quiere ser estilo pastoral.
La misión es el envío. He sido enviado por el papa como arzobispo aquí. Sólo muy poco podré hacer. Confío enteramente en Dios pero también en la bondad de tantas personas para ayudarme a ser pastor. La gran misión no es mía. Es la de esta iglesia particular que lleva el nombre de Santiago Apóstol.

La misión que tenemos es la de Jesús, misión en obras y palabras, misión en confianza y miedos superados, misión en entrega, misión en un estilo de ser pastores, misión en estos años en la estela marcada por el papa Francisco.
La Iglesia es comunidad. Estamos llamados a vivir en comunidad, a no sabernos solos o tristes o aislados. La alegría del evangelio nos conduce a pequeños y grandes gestos de comunidad. No somos partido 4

político ni frente nacional ni siquiera magna asamblea. Somos rebaño pequeño, al que el Señor nos llama a no temer (Lc 12,32). En pequeñas comunidades, en el día a día somos llamados a ser comunidad, a apreciarnos y valorarnos, a animarnos entre todos, a querernos en comunión, con Dios y con las criaturas. Es vida en familia y lucha por mejores familias.

Se espera del arzobispo una palabra de aliento pero también de cuestionamiento, de denuncia sin manipulaciones de ningún sector. Darle peso a la palabra significa no prodigarla en la vida pública pero tampoco quedarse callado ante situaciones que ameritan denuncia o llamado a la reflexión, con nombres propios en ocasiones, dirigidos a toda la sociedad en otras.
Hablar de los pobres es hablar de aquellos que son bienaventurados. Es hablar de las grandes mayorías pobres y tantas veces empobrecidas en nuestra Guatemala. Es hablar de aquellos a quienes el Señor Jesús ama con predilección. Es hablar del corredor seco y sus hambrunas, es hablar de asentamientos marginales, es hablar de indígenas desposeídos, es hablar de aquellos en cuyo nombre seremos juzgados (Mt 25, 31 y ss.), es hablar de desnutrición infantil y de muertes prematuras. Es, por encima de todo, decir que la Iglesia adquiere credibilidad por su relación de amistad fraterna y de servicio con los más pobres y necesitados y es fiel a su misión en la estela de sus santos. Cito a un santo latinoamericano, San Alberto Hurtado: Acabar con la miseria es imposible, pero luchar contra ella, es deber sagrado. Eso nos obliga a todos.

Nuestra Iglesia es principalmente una Iglesia de pobres, sociológicos pero también de espíritu, humillados y postergados, de presos encarcelados, victimas muchas veces de un sistema inoperante de justicia; es Iglesia de migrantes y de refugiados, de familias ejemplares y también de familias rotas. Quiero ser voz de una Iglesia misericordiosa, que sabe perdonar y también demandar justicia ante los atropellos, ante la corrupción que nos golpea y corroe, ante la violencia que nos hiere, una Iglesia que ama, que espera y sufre pero sobre todo una Iglesia que espera en el Señor y quiere serle fiel.
Hoy celebramos a San Gregorio Magno. Le tocó ser prefecto de Roma, embajador en Constantinopla, monje y finalmente papa. Fue hombre de Dios y hombre sabio. Supo ponerse al frente de la Iglesia en un mundo amenazado y rápidamente cambiante. Fue electo en medio de una pandemia. Sustituyó a un papa fallecido por la peste. Le dio nombre al castillo de Santangelo en Roma, que corona una estatua de San Miguel 5

Arcángel envainando la espada, signo entonces del fin de la epidemia. Dios quiera que esta epidemia que nos golpea hoy, la pandemia del covid19 pero sobre todo la pandemia más antigua de exclusiones y privilegios, de violencia y crimen, de hirientes desigualdades vaya aplacando y que como Iglesia sepamos contribuir a ello.
Rafael Landívar, en el siglo XVIII, desde el exilio y la lejanía, al saber de su ciudad natal destruida por un terremoto, Santiago de los Caballeros de Guatemala, compuso el inmortal Salve, cara parens, dulcis Guatimala, salve. Los terremotos y las epidemias nos han golpeado tantas veces desde hace siglos, la violencia fratricida también. Con fe y con esperanza digo hoy: ¡Guatemala resurgirá! Que la Virgen María, Asunta al cielo, nos proteja y bendiga.
En Dios confío para pedirle en este día inicial como arzobispo: ¡Ten compasión de nosotros, Señor y salva a tu pueblo!

 


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